Los laboratorios apuestan a colocar hologramas en los productos para avalar su originalidad. Sertal, Buscapina, Migral y Novagina, los más copiados.
La Novalgina es un producto súper popular en el mercado local. En el país lo fabrica el laboratorio Aventis y a estas horas es una de las marcas más copiadas en el sector de los medicamentos. Por eso, la compañía se decidió a invertir para minimizar la chance de que los consumidores se topen con los ilegales. En su planta argentina desarrolló la implementación de un holograma para éste y otros productos, para lo cual arrancará con una inversión de u$s100 mil.
“En cualquier mercado los productos líderes son los más vulnerables de ser copiados”, dijo a Infobae Sergio Rosengarten, el presidente de Aventis en la Argentina. Y lo dice con conocimiento de causa: la Novalgina es el segundo producto de prescripción más vendido en toda Latinoamérica.
Todos los ejecutivos que conocen la región saben muy bien cuáles son los flancos débiles. Por eso señalan a Paraguay como el mercado en el que circula la mayor cantidad de copias en el negocio de farma. Y el problema de las falsificaciones no sólo acarrea un dolor de cabeza para las compañías, sino también para los consumidores. Sucede que muchas veces las copias no contienen el compuesto activo o están subdosificadas. Por eso, según Rosengarten, esta inversión apunta también a proteger la salud del consumidor final.
Otro de los productos que se destacan por su alta demanda es la Buscapina, de Boehringer Ingelheim. Pero los alemanes se las ingeniaron para dotarlo de múltiples barreras de seguridad: “La caja tiene holograma, también el blíster posee un mecanismo de resguardo, la marca sobre la caja tiene letras de sobreimpresión, y tanto el holograma tridimensional como la folia de aluminio que recubre al medicamento tienen origen en un proveedor internacional exclusivo”, afirmó María del Carmen Lama, del staff de Boehringer.
Exclusividad
Todas las fuentes consultadas coinciden en que la mayoría de los productos falsificados se comercializan en kioskos y otros minoristas de barrio. Por eso, Boehringer también aplicó una leyenda en sus productos: “venta exclusiva en farmacias”. Carlos Chiale, director del Instituto Nacional de Medicamentos -INAME-, dijo a este diario que en general los medicamentos de procedencia dudosa llegan de la mano de los “valijeros”, que ofrecen buenos descuentos y promociones. “Cuando la farmacia no sabe a qué droguería le está comprando, casi seguro que está frente a productos ilegítimos”, agregó Chiale.
Los analgésicos son otra de las categorías muy imitadas. SmithKline Beecham sacó el NovoGeniol al mercado local en abril de este año. Ese es el primer producto de la compañía que tiene holograma de seguridad. Luciano Viglione, el vocero de Bayer, afirmó que toda la gama de aspirinas de la compañía está protegida para poder cotejar la autenticidad de las partidas que circulan en el retail. Otra de las multis que prestó atención a este tema fue Novartis, que en 1998 hizo su inversión más fuerte y protegió sus productos más plagiados: Reliverán y Voltarén, mientras que hace un año también lo hizo con Calcitonina Spray Nasal.
Cajita con plus
Y en esta época en que la competencia por precio está en el centro de la escena, las compañías evalúan que la implementación de estas tecnologías obliga a trasladar parte del costo al producto final. Es por ello que intentan mantener un ajustado equilibrio entre proteger a sus marcas y lograr que el público las siga eligiendo por su buena performance.
Ni el Estado ni la propia industria tienen una estimación de los volúmenes que circulan a través de los canales de la falsificación, aunque algunos analistas se arriesgan a decir que oscila entre 5 y 10%, eso significaría unos $400 millones anuales. Las estadísticas internacionales reportan que los promedios de falsificación de medicamentos a nivel global rondan 6 por ciento. De acuerdo con un informe del INAME, los medicamentos más falsificados son Sertal, Dorixina, Buscapina, Migral, Novalgina, Aspirinetas, Vick Vaporub y Geniolito.
Por Cristina Kroll